Sobrevivimos a un accidente en la autopista y ahora soy oficialmente más paranoica

Les juro que nunca pensé escribir algo así, pero aquí estamos. Hace unos días tuvimos un accidente muy feo en la autopista: se nos atravesó un animal y terminamos volcados en una zanja. Sí, así de película. El coche quedó como acordeón, pero milagrosamente todos salimos “bien”. Y digo “bien” porque aunque fue puro golpe, moretones collarines y susto nivel trauma de por vida, en emergencias nos dijeron que no había fracturas ni hemorragias internas.

El viaje que no debimos hacer

Ahí íbamos, como si viajar de noche con niños fuera una idea brillante. Mi esposo manejando, yo de copiloto, y nuestras hijas de 10 y 8 años en la parte de atrás. Las dos son flaquitas y chiquitas. Mi hija de 10 años iba en su booster, pero hace unos días le habíamos quitado la parte de arriba porque ya se sentía “muy grande” para la silla completa. Maldita la hora en que lo hicimos. Fue la más afectada: amnesia temporal, un golpe en la cabeza y ojo y muchas horas de observación en el hospital. Afortunadamente, salió sin daños graves, pero aún no recuerda qué pasó.

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En cambio, la de 8 años iba en su silla para coche, la misma que ha usado desde que nació. Y ahí viene lo impresionante: salió completamente ilesa, como si hubiera viajado en una cápsula de seguridad de la NASA. Ni un rasguño. Nada.

El coche se perdió, las sillas se quedaron ahí (porque claro, en medio del caos ni me acordé de ellas),

y se que en accidentes feos no se vuelven a usar ya que cumplieron su cometido pero ahora con el susto y la paranoia en su máximo  esplendor, ya estoy pensando en comprar otras sillas hasta que mis hijas lleguen al límite de peso. Creo que es de 45 kilos (ellas todavía pesan mucho menos.)

Siempre me criticaban por “exagerada”, por insistir en que las niñas siguieran usando silla. Que si las niñas ya están “grandes”, que si las sillas ya no son necesarias, que si por qué insisto en que siempre vayan bien sujetas aunque eso signifique que nadie más pueda viajar con nosotros en el coche. Pues adivinen qué: tuvimos un accidente. Y no cualquier accidente, uno de esos que te hacen ver la vida pasar en cámara lenta y pensar “así termino todo”.
Pero después de esto, me pueden decir lo que quieran: mis hijas van a seguir usando silla hasta que vayan a la universidad si es necesario.

Cómo conocer ángeles en carretera y terminar en un capítulo de La Rosa de Guadalupe

Miren, una siempre piensa que las tragedias son cosas que les pasan a otros, que en cualquier problema hay un botón mágico llamado 911 que soluciona todo en segundos y que, obvio, en caso de emergencia, tu ubicación exacta aparecerá flotando en el aire como en las películas. Pues no.

Después de que nos pasara el sustito de nuestras vidas, marqué al 911 con la esperanza de una respuesta rápida. Primer intento: nada. Segundo intento: ¡milagro, alguien contestó! Pequeño detalle: no tenía idea de dónde estábamos. Porque claro, ¿quién necesita saber su ubicación cuando viaja? Afortunadamente, un alma caritativa nos ubicó y nos envió las coordenadas. Benditos sean los que sí saben usar la tecnología para algo más que memes.

El problema era que no nos veíamos. Así que, en un arranque de creatividad y con el mismo miedo de caernos, me subí a la orilla de la zanja y empecé a hacer señales con la linterna del celular. Porque sí, en plena crisis, pensé: ¿Quién se pararía a ayudar con tanta inseguridad? Pero, sorpresa, una camioneta se detuvo. Un hombre bajó y preguntó cómo estábamos. Me dieron ganas de abrazarlo, pero, dado el contexto, opté por no asustarlo más. Nos ayudaron a sacar a las niñas y alejarnos del coche, y su compañero llamó a la ambulancia mientras intentaba ubicarnos con señalamientos.

Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que mi esposo sangraba y mi hija de 10 años lloraba y temblaba de frío. El buen samaritano me dijo: No deje que se duerma, y ahí sí sentí el pánico en su máxima expresión. Pero, como si fuera el episodio más conmovedor de La Rosa de Guadalupe, sacó una cobija  y nos la prestó. Nunca terminaré de agradecerles lo que hicieron por mi familia. No sé sus nombres, solo que viajaban a la Ciudad de México por trabajo. Alcancé a tomar las placas de su camioneta, y antes de irse nos desearon lo mejor. Obvio, los quiero sin conocerlos.

Aquí debería terminar la historia, pero claro que no, porque siempre hay un giro inesperado. Llega la ambulancia y nos llevan a mi hija y a mí. ¿Y mi esposo y mi hijita que salió sin ningún rasguño? Ah, pues según vendrían en otra ambulancia. ¿Y qué pasó? Pues sorpresa,aparte de ambulancia les mandaron una noche de cortesía con  la Guardia nacional, detenidos casi 5 horas hasta que llegara él asegurador.

Porque claro, después de un accidente lo que más necesitas es un proceso burocrático lleno de eficiencia y empatía. (Sarcasmo modo: ON). Al final se tocaron el corazón porque no hubo fallecidos y les dieron un aventón al hospital donde nos encontrábamos.

Un accidente, una zanja y mucho pánico: la noche que no olvidaré

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El choque fue fuerte, el coche perdida total, pero mis hijas salieron ilesas. Y ahora viene la parte difícil: ¿cómo se recupera uno de esto? ¿Cuánto tiempo pasa antes de que puedas volver a subirte al coche sin sentir que cada frenón es el fin del mundo? Porque aquí entre nos, solo pensar en subirme a un carro o salir de viaje otra vez me da ataques de ansiedad.

Y ya que estamos en esto, ¿alguien tiene recomendaciones de sillas de auto ultra reforzadas, a prueba de todo? Porque claro, ahora quiero las más seguras del planeta, aunque ocupen todo el asiento trasero y la cajuela si es necesario. ¿Alguien ha pasado por algo similar? ¿Cómo superaron el miedo post-accidente? Los leo, porque necesito consejos… y tal vez terapia.

Mientras tanto, si vuelvo a viajar nunca nunca será de noche y lo mas seguro que viajaremos a 20 kilometros por hora, seguiré siendo la mamá paranoica que no quita las sillas del coche y ahora con más razón.

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